martes, 30 de octubre de 2012

Tengo que volver a verla

Cada día está ahí y, sin embargo, como si fuera la última vez, la miro y me digo: “tengo que volver a verla”.

Nos cruzamos con frecuencia. Compartimos un espacio de escape momentáneo. De situaciones cotidianas que pueden llegar al hastío. De ocasiones difíciles de sobrellevar con prudencia.

Sé para mis adentros que, si no pudiera evitar algunos momentos recurriendo al “sano” hábito de fumar, mis conductas masculinas incontroladas demostrarían cómo soy en realidad. Esa ira visceral que, bien llevada, me conduce a grandes logros laborales. Esa energía negativa convertida en otro modo de analizar de las circunstancias. Un pequeño momento de reflexión. Inspirando y soltando el aire lentamente, como si me relajara de forma voluntaria. Mi personalidad se hace más acorde con la propia de un ser sociable.

La veo y ella me sonríe. Sin palabras, pero con gestos de solidaridad. Creo que, de manera inconsciente, estoy frecuentando más el fumadero exterior. Mi tos constante así me lo demuestra.

Y ella me mira, solapadamente, sin aparentes gestos de seducción. Y yo, sin poder reprimir mi testosterona, mi talante varonil, le doy un lavado de pies a cabeza. Poso mi mirada discretamente en sus ojos y sonrío con aire de complicidad. Ella me devuelve esa sonrisa sutil… que yo interpreto como de verdadera unión de almas.

Creo que me he enamorado. Me dicen: “deja de fumar”. Yo no contesto. Siempre he preferido el vis a vis. Mucho mejor que el Meetic. Y, por supuesto, ¡estoy en contra de que se pueda fumar dentro de los despachos!
Por Mercedes Martín

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