viernes, 26 de octubre de 2012

Un millón

¿Alguna vez se han preguntado cuántas esquinas hay en el mundo? Yo, sí. Soy ese tipo de hombres que se hace preguntas.  Y no preguntas fáciles, no. Incógnitas que son casi imposibles de despejar. Yo cuento esquinas, sí. Las cuento, las memorizo y las anoto. Voy por novecientos noventa y nueve mil ochocientos catorce. Todas diferentes, claro está. No hay nada más emocionante que coger el plano del metro y elegir una estación. Salir y descubrir un barrio nuevo, lleno de nuevas esquinas y chaflanes, sí, chaflanes, porque hay veces que son difíciles de clasificar. He decidido que a si su ángulo es mayor de ciento cuarenta grados, ya es chaflán. Lo siento. Esa no la anoto y no computa en mis cuentas. No es fácil la tarea, no. No puedes repetir itinerarios. Me llevo un mapa detallado de la zona y voy señalando por donde paso. Cuando llego a mi casa las enumero y las registro en mi libro.

Cuando empecé con mi ingente tarea mi mujer no me comprendía. Ya contaba con ello, sí. Me preparé durante meses para que ningún inconveniente me apartara de mi propósito. Anoté en un cuaderno todas las posibles preguntas que me haría mi señora y sus correspondientes respuestas, del tipo: ¿Para qué haces esto? Porque me gusta. ¿Y para que sirve? Servir, servir, para nada ¿Pero por qué te ha dado por ahí? Para salir de casa y dejarte tranquila. Van a pensar que estás loco. En efecto, que piensen lo que quieran.  Les puedo asegurar que me hizo todas estas preguntas y unas cuarenta más, y que yo, una tras otra, las fui contestando de acuerdo con mi estudiado guión.

Con el tiempo siguió sin comprenderme, pero se fue conformando al beneficiarse con creces de mi nueva ocupación. Las viandas y productos que le llevaba desde los diferentes barrios y localidades acallaban sus quejas. ¿Qué has traído hoy?  Me espetaba cada día con denudada excitación. No me lo decía, pero yo sabía que en el fondo estaba contenta, se libraba de mí unas cuantas horas, y los recados, tan monótonos antaño, se habían convertido en una sorpresa diaria.

Han pasado ya siete años desde que empecé a contar esquinas. A mis 80 años, mis huesos y mi corazón lo notan. Una noche, de madrugada, me desperté sudoroso y sobresaltado. Una pregunta pulsionaba mi sien y parecía materializarse en el espesor oscuro de la alcoba: ¿En qué esquina hallarás tu muerte? Era una certeza que moriría en cualquier esquina y una incógnita en cuál de todas ella perecería.  ¿Qué número tendría mi última morada? Me encantan los números redondos y el millón estaba a punto de cumplirse; me moriría feliz si esa esquina sirviera para cerrar mi círculo.

Hoy es el día. Llueve y hace un frío de muerte. Me sentaré en el bordillo de la esquina un millón y esperaré tranquilamente a que mi corazón se pare y mis huesos se rindan. Llevaré conmigo mi libro de esquinas y una nota despidiéndome de mi mujer: “Querida, te lego mi más preciado tesoro. Sigue tú con esta colosal tarea y en cualquier esquina volveremos a encontrarnos. Aunque no te lo dije mucho: Te quiero”.

Por Raquel Ferrero

1 comentario:

  1. ¡Olé tú!, un buen cuento que me gustó hoy más, si cabe, al leerlo de nuevo.

    Besos.

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