sábado, 27 de octubre de 2012

El Arcángel de piedra

Martina se encontró sentada en el frío suelo del cuarto de baño. Sudorosa, desnuda y aterida de frío, sollozaba sujetándose las piernas entre los brazos. Cubierta solo por una blanca sábana, no recordaba qué había ocurrido ni por qué estaba allí.

La lluvia golpeaba los cristales con fuerza, su sonido reverberaba en el cuarto mientras las gotas de agua resbalaban por entre las baldosas grises que cubrían sus paredes. Al otro lado de la ventana, el cortejo caminaba despacio por el sendero que cruzaba la esmeralda ladera, entre el palacio y el horizonte marino. 

Cerró los ojos para poder ver y la noche se cernió sobre ellos. Los abrió de nuevo y descubrió sobre la cortina de agua el reflejo de un Arcángel de piedra que blandía una espada de fuego al viento. Le llamó con la mano en un ademán lánguido primero, después, febril y, por ultimo, enérgico. Era él, había velado sus sueños y también sus pesadillas y, ahora, le observaba suspendido sobre el arco de piedra.

Frente al espejo miró su imagen, su pálida piel, blanca como una mortaja, trascendía sobre el haz de luz que se filtraba bajo los densos nubarrones. A través de la tormenta, pudo ver el arco multicolor que se posaba sobre el mar. No le pareció una casualidad que éste enmarcara la fachada de piedra marmórea, sobre la cual sobresalía la ardiente espada del Arcángel.  
Sintió entonces una punzada de fuego en el estómago y tuvo la imperiosa necesidad de saltar por la ventana. Se levantó y advirtió ligera como la brisa de las marismas y fría como el viento que arrasa las cumbres nevadas. Se irguió sobre el alfeizar y, de pronto, se encontró flotando sobre un tobogán de luz que, en un instante, la depositó sobre un arco de piedra bajo la lluvia que arañaba los negros paraguas de la comitiva.
Escuchó el bramido de la cercana galerna y percibió el aroma a salitre. Mientras, tomaba consciencia de su situación. Le sorprendió un desaforado trueno y la descarga simultánea que la dejaron inmóvil con el brazo en alto, en un intento de alcanzar la luz o quizás, en un último acto de súplica al infinito. Fue cuando recordó lo qué había ocurrido y por qué un blanco sudario cubría su piel.
Ahora era consciente de lo que significaba aquel lugar y de que el Arcángel pétreo, que había abierto los goznes de sus sueños, era su destino para la eternidad.
Por LuisCar

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