jueves, 4 de diciembre de 2014

Nieve

Nieva. Los copos juguetean en su caída mecidos por el aire. Hace frio, mucho frio y el viento sopla a rachas haciendo que se note más. Salgo fuera de la vivienda para limpiar la entrada y hacer posible su salida de ella. Si sigue así nos veremos incomunicados.

Llevamos seis días que nieva de forma intermitente. De cuando en cuando tenemos que salir para limpiar la entrada.

Mi respiración se transforma en vaharadas de vapor que parece condensarse con esta temperatura volviéndose blanco.

Acabo de limpiar la entrada y regreso al interior de la vivienda. Me siento en la mesa y me pongo a escribir. Así pasamos mucho tiempo. Leyendo y escribiendo.

Hace dos meses que estoy aquí y desde entonces apenas he visto otra cosa distinta a una blancura sin igual. Nieve, nieve y más nieve. El blanco manto recubre todo cuanto alcanza mi vista.

Estoy aquí con otros dos científicos Marta y Juan. Nuestras investigaciones se han visto interrumpidas por el temporal que nos azota. No podemos salir porque si lo hacemos estaríamos bajo la terrible amenaza de desorientarnos y esto supondría nuestro fin. Los días que no nieva siempre tenemos algún punto que tomamos de referencia para no extraviarnos, pero cuando hay alguna tormenta todas estas referencias se pierden y entonces nos encontramos perdidos por lo que es mejor no salir de la vivienda.

Marta está escribiendo también y Juan está haciendo Sudokus. De cuando en cuando se cabrea porque no le salen pero enseguida reanuda su labor y reinicia uno nuevo con más ímpetu.

─Como siga así nos vamos a encontrar incomunicados   ─digo mirándoles.
─Si ─contesta Marta─. Es una nevada como hacía tiempo que no veía. Parece que se está ensañando con nosotros.
─Lo peor es que no nos deja trabajar ─replicó Juan.
─Trabajar sí, porque esto es lo que hemos venido a investigar ─contesté.
 ─Mientras no nos deje incomunicados ─dijo Marta.
─Tenemos suficientes víveres para una larga temporada y mientras tengamos operativa la radio estamos bien ─medio Juan─. Lo peor sería que esta nos fallase o se nos averiara. Entonces sí que sería el momento de empezar a preocuparse.
─No mentes al diablo en la casa del ahorcado ─medie.
─No seas cenizo ─replicó Marta─. Ya verás cómo mañana cambia el tiempo y podemos reiniciar nuestras tareas en el exterior.
─Eso espero ─conteste─. Aunque a mí me viene bien este tiempo ya que así puedo continuar escribiendo mi novela.
─¿Como la llevas? ─se interesó Juan.
─Ya la estoy acabando.
─¿Es policiaca, verdad? ─preguntó Marta.
─Si, y para diferenciarla un poco del lugar en donde estamos, transcurre en el Caribe ─conteste.
─Quien estuviera allí bañándose en aquellas cristalinas aguas y disfrutando de nuestro añorado sol ─dijo Marta al tiempo que ponía los ojos en blanco.

Me levanté y me dirigí a la ventana de la cabaña para ver el tiempo que hacía en el exterior.
La nieve seguía cayendo inmisericorde dibujando en su caída diferentes arabescos que no dejaban de tener su encanto. La noche se acercaba a pasos agigantados y la temperatura exterior bajaba vertiginosamente.
Me senté nuevamente en mi mesa y antes de ponerme a escribir pensé: “estamos en la Antártida, que esperas”.


Jesús Llamas

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