miércoles, 3 de diciembre de 2014

Las casualidades

Nos encontramos en el interior de un autobús.

Pasa un coche rojo. Y otro. Y otro. Ahora asfalto. Un pasajero charlatán lanza una pregunta al conductor:

-¿Sabía usted que las personas con autismo creen que encontrarse con tres coches rojos da buena suerte?

-No, desde luego que no lo sabía. ¿Y es también cierto, por esa regla de tres, que los coches amarillos dan mala suerte? -un coche amarillo adelanta al autobús mientras el conductor pronuncia estas palabras.

-No lo creo. Eso eran los gatos negros -contesta otro pasajero que se creía avezado en cualquier materia de la que se dispusiera a hablar; por ello lo llamaban el listillo.

Justo en ese momento, un gato negro cruza la calle. El autobús ha de frenar bruscamente para detenerse y evitar el atropellamiento del felino.

-Vivan las casualidades -comenta el conductor.

-Yo no creo en ellas -se atreve a insinuar un tímido pasajero que casi nunca habla-. Las cosas no pasan porque sí. Todo debe tener una explicación lógica...

-¡Ni de broma! -exclama el listillo, interrumpiéndole- ¿Qué clase de lógica le ves tú a eso? ¡Un gato negro cruzando la calle precisamente cuando hablábamos de él! Es una mágica casualidad, ni más ni menos. Hasta los Dursley estarían de acuerdo conmigo en que es pura magia. Inquietante, ¿no es eso?

-¿Qué es Dursley? -pregunta el conductor, perplejo.

-¿No has leído Harry Potter? Los Dursley, amigo mío, son una familia no mágica. La pregunta no era qué, sino quién. Lo que quiero decir con esto es que...

-Basta de hablar de Harry Potter. Parecéis más frikis que yo, y mira que lo soy bastante -dice el charlatán en tono de confesión.

Coche amarillo. Se crea un silencio incómodo, sólo interrumpido por el ruido del motor.

Una moto se detiene en el paso de peatones, justo al lado del autobús. Todos los pasajeros y el conductor incluido se quedan observándola pensativos. Todos en su interior le dan vueltas a lo mismo: ¿qué significará la casualidad de la moto? Es entonces cuando el pasajero tímido se atreve a hablar de nuevo:

-¿Conocéis el chiste que cuenta que iban dos y se cayó el del medio en una moto por la ventanilla?

Todos asienten.

-Pues esa moto lleva a dos pasajeros y podríamos considerar que, estando al lado del autobús, tiene ventanilla.

-No lo había pensado -dice el listillo en tono quejumbroso-. ¡Me ganaste!

-Yo pensaba que las motos no tenían ventanilla, eso no vale -murmura el charlatán, enfurruñado.

-¿Qué creéis que ocurriría -prosigue el tímido- si ahora se diera la casualidad de que el del medio entrara dentro del autobús por la ventanilla?

-No hay nadie en medio -apunta el conductor con bastante acierto.

-Eso es lo que tú te crees... Entre esos dos puede haber cualquier cosa -dice el charlatán con una sonrisa maliciosa, esperando a que los demás capten la broma.

-¿Cualquier cosa?

-Cualquier cosa.

Mientras tanto, el semáforo se pone en verde. Autobús y moto arrancan. El hombre que va en la parte trasera de la moto, que va mascando un chicle, tiene la ocurrencia de escupirlo justo en el momento en que la moto adelanta al autobús, con la mala suerte (o la casualidad, según se mire) de caer por dentro de la ventanilla del autobús, que estaba abierta, y quedar pegado en el volante del conductor.

Todos recuerdan el chiste a la perfección. Se dan cuenta de lo absurdo de la situación.

-¿Entre esos dos puede haber cualquier cosa, incluyendo un chicle?

Sonríen y no pueden evitar reír a carcajadas. Como dijo el conductor, vivan las casualidades. En el volante queda pegada la respuesta.

Rocío San José

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