martes, 2 de diciembre de 2014

Animal Corruption, vol. I: El honrado jubilado

Excelentísimo Señor Dios:

Por la presente me dirijo a Usted, Celestial Titiritero, para hacerle llegar una serie de quejas respecto a su divina gestión del mundo animal. Soy Severiano P. Galápago, tortuga polinesia de segunda generación, cabeza con sombrero de familia numerosa, muy numerosa, y afectado de primer orden por los hechos que, como portavoz de la fauna terrestre, a continuación relato.

Somos muchas las criaturas que tras concluir nuestra vida activa al servicio del Partido Bienaventurado (partido en el gobierno ultraterreno desde tiempos inmemoriales), por motivos de edad o de índole diversa, nos encontramos abandonados al borde del mileurismo, cercanos a una dramática escasez de lechuga.

Procedo a narrarle mi situación personal, que vea usted que no es moco de pavo, que sus ojos inmortales y omnipresentes tengan constancia de mi actual desgracia y tenga usted a bien alargar su mano omnipotente y deje caer algún sobre por el estanque.

Después de largos años en las fuerzas de seguridad privada del gobierno, en calidad de tortuga ninja, recién alcanzo la edad de retirarme y me encuentro totalmente desamparado. Tengo la piel llena de heridas, todas ellas sufridas en hora de servicio, cuento en mi haber incluso con un par de cicatrices de banderillas fruto de aquella moda del toreo de lenta velocidad.  Y de seguridad animal para personal destacado, como yo mismo, nanai de la China, ni ayuditas materiales, ni tarjetas opacas, ni viajes en jet siquiera. ¡Habráse visto! ¿Cómo puede permitirse allá arriba este despropósito?

Que me conforme con la pensión, me dicen sus subalternos ¿Acaso mis décadas de funcionario terrestre no cuentan con una retribución acorde a mi papel en el partido? ¿Cómo pretenden que me gane la lechuga, Señor, a mi edad y cojo de tres cuartos de mis extremidades? ¿Cómo mantengo a punto el Ferrari? ¿Y qué me dice de los caparazones de piel de topo de mi esposa?

Y vengan a decirme que las tortugas somos unas vagas, que pondré el grito en su Cielo, Don. Mi, por lo general, bienoliente señora esposa fue recientemente atropellada de camino al club de campo por un caracol. La pobre sigue aun confusa, todo ocurrió muy deprisa. Evidentemente, se encuentra conmocionada y requiere una baja por depresión, ansiedad y otras penas. Y mis pobres vástagos, créame, si mi hermano no hubiese sido imputado, bien colocados se hallarían los diecisiete en la Administración. Esta humillante zancadilla ha dejado a mis retoños en paro, panzarriba sobre el caparazón, y así no hay quien avance, que la crisis nos trata muy malamente.

Sé de buena tinta de calamar que a los halcones americanos sí se les está soltando pasta gansa. Así que mire, Don Dios, por mis huevos – los que dejó mi esposa en la playa, entiéndase – que yo le pongo una querella, o le denuncio por prevaricación, no se vaya usted a pensar que las tortugas somos menos que cualquier pajarraco. Ay, ay, ay... un mandamás acusado por corrupto, eso no le haría ningún bien en la próxima campaña, ¿verdad?

Espero haya quedado claro mi mensaje, mi querido posible benefactor, prometo guardar a buen recaudo mis informaciones acerca de sus triquiñuelas a cambio de un ligero aumento de mis prestaciones. No exijo mucho, sepa usted que soy austero como el que más, y encima vegetariano.

Sin más dilación, quedo en espera de su respuesta.
Cordiales saludos,

Severiano P. Galápago
Tortuga Ninja Honoraria

PS.:  Le ruego reciba tres padrenuestros y un ave marina.

Lara Iglesias

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