jueves, 4 de diciembre de 2014

En la nieve

En la montaña leonesa vivían dos niños con su madre y su abuela en una cabaña  aislada en el campo,  a pocos kilómetros de un pequeño pueblo que contaba con los servicios básicos:  tienda,  escuela,  servicio postal  y un consultorio médico atendido dos días por semana. Su padre trabajaba en los astilleros en una localidad costera. Los hermanos tenían 9 y 6 años respectivamente. No había carencias materiales  ya que el padre aportaba un sustento económico razonable, gracias a su trabajo y acudía cada mes puntualmente para verles y llevarles dinero, regalos y noticias de su mundo laboral.

Sin embargo la vida en la cabaña era dura debido a las condiciones climatológicas y a su relativo aislamiento. Ya acudir a la escuela era un esfuerzo diario.  Los días más duros del invierno no acudían y seguían con su madre el desarrollo de las tareas escolares, de acuerdo con los consejos del profesor que tenía previstas todas las eventualidades invernales debido a su experiencia.

En esos días había habido un temporal de nieve más duro que lo habitual y los hermanos llevaban varios días de encierro obligado, sin apenas poder salir de la cabaña, dedicados a juegos, deberes y a escuchar relatos que les leían o narraban la madre y la abuela.

Por fin salieron una mañana que el tiempo había despejado, para hacer unas compras en el pueblo. Su madre les había advertido de la dificultad para seguir el camino, irreconocible por la cantidad de nieve caída, pero la hilera de árboles les permitiría hacer el trayecto sin posibilidad de equivocarse. Bien calzados y abrigados,  con la excitación que el paisaje nevado y las ganas de aire libre les producían, echaron a correr sin mirar atrás. El mundo era suyo y sus pulmones y sus voces respondían con optimismo a la sensación de libertad.

El caso es que, aunque el camino parecía estar claro, ocurrió que en un momento dado  no reconocieron bien lo que les rodeaba y miraban con desconcierto a su alrededor. ¿Era ésta la hilera de árboles habitual o se habían desviado? Los árboles estaban a su vez vestidos de blanco, uniformados y escasamente reconocibles. Comenzaba a soplar un aire frío que atraía nubes, mientras los niños se afanaban por recobrar el sendero habitual. No había nadie a quien preguntar en el amplio horizonte y las nubes y el viento comenzaban a transformar el paisaje, dándole un aspecto amenazador. El pequeño empezó a llorar y a llamar a su madre. El mayor, alarmado, se hizo de golpe consciente tanto de su propio miedo como de su responsabilidad. El debía decidir si convenía seguir adelante o volver sobre sus pasos. Consolaba al hermano y le aseguraba que sabría como volver.

De pronto, se hizo nítido en la lejanía un punto negro que avanzaba hacia ellos y que no podían identificar. ¿Era un animal, un hombre, un fantasma …? El miedo se agudizó en ellos dejándolos paralizados e insensibles al frío. Quedaron algunos instantes más quietos, abrazados el uno al otro, con las miradas fijas en aquello que iba tomando forma a medida que se acercaba.

Por fin se aclaró a lo lejos una silueta humana vestida con una capa de paño negro que el viento bamboleaba sin piedad, pero que le cubría la cabeza impidiendo identificar a su propietario. Los niños permanecieron quietos observando.  No había donde esconderse y, en todo caso,  ellos a su vez ya habían sido vistos.
- ¿Quién es ese hombre?- Preguntó el pequeño.

- No lo sé, le esperaremos por si nos puede ayudar- respondió el mayor.
- ¿Y si es el sacamantecas?-  Recordó el pequeño la historia de la abuela sobre este personaje cruel, especialmente con los niños.
- No creo- es todo lo que se le ocurrió arguir al mayor.

A medida que aminoraba la distancia,  la criatura se les hizo más familiar. Parecía andar inclinado hacia un lado, por soportar algún peso extra que la capa impedía ver pero que hacía asimétrica la silueta. ¿Acaso no era Rufino el cartero?

La alegría de reconocerle les hizo saltar y gritando su nombre se acercaron corriendo a su lado. Él les saludó y les dijo que el día no estaba como para salir de paseo. ¿No habían visto las previsiones?. El se habría quedado en casa de no ser por el trabajo.  Les acompañó hasta su cabaña y continuó su camino.

Eugenia Corral

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