lunes, 1 de diciembre de 2014

En limusina

Llueve, el tráfico está imposible, los carriles llenos de coches. La parada del autobús es un hervidero de gente que se apretuja, tratando de hacerse hueco para resguardarse de la lluvia mientras quienes tienen paraguas nos miran con cierta superioridad… El autobús aparece ¡por fin! y nos sorprende con las típicas salpicaduras, adorno indeleble para cualquier pantalón…

Hay un movimiento inquieto en el grupo, que se agita como un solo ser. Todos  quere-mos subir y ocupar un espacio que ya no existe. Forcejeos, sutiles empujones, miradas de reojo y, en el colmo del desespero por llegar a casa tras un duro día de trabajo, el intento final: un pequeño impulso y ¡arriba!

¡Pasen al fondo, por favor! Ese disco rayado e inútil sigue sonando… Cierto que el au-tobús es de los articulados pero ¿dónde está el fondo?

Un poco encogida, consciente de que has perdido tu atmósfera protectora y pasado a ser masa humana que murmura, se queja en alto con distintas voces, desprende calor… y no te deja caer cuando el vehículo frena o coge esa curva que siempre te obliga a aferrarte a la barra, poco mas se puede hacer que dejarse llevar…
Antes de que las puertas se sierren, dejando un resto de humanos cabreados en tierra, no sé cómo lo consigue pero una desbordante humanidad en forma de mujer, se abre paso culeteando a uno y otro lado:

-Por favor, por favor, déjenme pasar necesito sentarme.
-Señora, no se puede, está todo lleno.
-Yo veo hueco delante de ti.
-Está ocupado, hay un carrito de bebe y una silla de ruedas.

Es el momento en que el resto de voces va desapareciendo hasta llegar al silencio, la tensión se relaja y unas sonrisitas irónicas, no exentas de complicidad van asomando en algunos rostros. Las dos voces emergentes continúan su diálogo, como si no hubiera nadie más alrededor.   El viaje, a pesar de todo, promete ser ameno.

-Anda majo, inténtalo tú que eres joven y tienes más fuerza.
-No es cuestión de fuerza sino de sitio, que no hay.
-Pues déjame pasar, ya lo intento yo.
-No me puedo mover.
-Claro, con esas botazas no caben más pies en el suelo.
-¿Y qué hago, me descalzo?
-Muévete un poco hombre, que entre la mochila y tu ocupáis medio autobús.
-Eso señora usted a lo suyo, tire pa lante que apenas necesita sitio.
-¡Ay, que pisotón! me has dejado el pie como un gallo platusa y encima me llamas                                              gorda ¡majadero!
-Mire,  no quiero ser maleducado, solo usted y sus bolsas necesitan medio autobús y mis botas y yo el otro medio. ¡Señor  conductor, haga el favor de decir al resto que se baje!
-Señores, hagan el favor de apearse. Ya han oído, el autobús se convierte en limusina.

Mayte Espeja

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