martes, 26 de febrero de 2013

Sebastián

 Creo que mi madre tuvo la culpa. Eso cuenta. Se descuidó y la fiebre me subió tanto que me afectó a la cabeza. Eso se lo perdono. Así soy feliz, la verdad. A veces no, pero casi siempre.
Soy gordito y me llamo Sebastián. Me gusta comer e ir en metro. También me gusta Paquita. Es gordita como yo y guardia de tráfico. Yo creo que también me quiere. A veces desayunamos juntos y me mira de una manera que, cuando lo recuerdo en la cama, me tengo que tocar  para poder dormirme. Un día me pilló mi padre y me dio un ostión que para qué, así que ahora lo hago cuando están dormidos o se han ido. Aunque no sé por qué se mosqueó tanto si él lo hace en el váter cuando le da la gana. Un día le vio mi madre y le dio un una patada que tuvo que ir al médico porque no podía ni sentarse.

A mí me da igual, no me importa que me peguen, me hacen daño, pero al poco se me pasa, y ellos se quedan tan tranquilos y al rato vienen y me dan besos y me compran seis donuts de chocolate. Me los como yo solo, ese es el trato, que no diga nada. Yo no digo nada, ni siquiera a Paquita, que un día me lo preguntó, pero no se lo dije, no se fueran a enterar y con lo que me gustan los donuts… Lo que sí que le digo es que se case conmigo, pero ella se ríe y no me contesta. Yo la quiero, mucho, mucho.

Ella no es como los demás, me trata diferente, me cuenta todas sus cosas. No siempre la entiendo, pero la miro muy fijamente y la sonrío y ella se ríe a carcajadas como si descubriera lo que estoy pensando. Mis padres no quieren que la vea. Dicen que se está riendo de mí, pero no es verdad, el que se ríe de mí es el del bar, ese cabrón del Jacinto que siempre que paso me imita con el boli y me dice: ”Sebas, mira, yo también tengo batuta”, y se toca la chorra y se descojona de mí. 

A mí me encantan los bolis. Siempre llevo uno, lo agito entre los dedos y canto mi cancioncilla. Lo hago desde siempre; no sé qué hay de malo. Unos fuman, otros beben, y yo tengo mi boli.  Lo sacudo e imito el sonido de una moto al arrancar: ”brumm, brumm, bruuuumm.” No sé por qué lo hago pero me acompaña y me siento feliz así. Susana me trae algunos muy chulos. También la quiero mucho, es mi vecina. Ella nació primero y yo el día de después. Hemos crecido juntos. Pero a ella la quiero de otra manera, aunque antes, alguna vez, también me tocaba pensando en ella, pero ya no, ya sólo tengo manos para Paquita.

Susana es muy guapa y muy lista y también es muy buena conmigo. Me hubiera gustado nacer en su casa. Su madre es la persona más buena que yo he conocido. Yo por la señora Soledad haría cualquier cosa. Cuando discutió con mi madre y le dijo que si no le daba vergüenza llevarme con esa ropa tan vieja, y tan sucio, y mi madre la pegó, me fui al váter y empecé a darme de cabezazos contra la pared. No soportaba aquello que estaba viendo, quería pegar a mi madre y defender a la señora Soledad, pero no podía, por eso me dio el ataque, porque cuando no comprendo las cosas me pongo muy nervioso y me entran ganas de golpear a todo el mundo. Pero sé que está mal. Aunque a mí me peguen sé que está mal, entonces me entra como un fuego, y todo lo veo negro y me atraganto y luego ya no me acuerdo de nada. Cuando me despierto tengo chichones y me duele la lengua y tengo un sabor asqueroso en la boca.  También me hago pis y mi madre me chilla y me llama de todo. Si hay algún vecino me trata muy bien y me da besos, pero cuando se van es cuando empieza con sus insultos y sus gritos. En esos momentos me gustaría matarla, agarrarla por el cuello y darle un cabezazo para que se calle del todo.

Mi padre es más bueno, pero también se aprovecha de mí. Se creen que porque soy así, un poco lento, como dijo el médico, no me doy cuenta de las cosas.  Soy yo el que friega el suelo, los cacharros, el que va a la compra, el que tiende la ropa, el que saca las basuras. No me importa, me entretengo. Lo que más me gusta es ir hasta Ciudad Lineal a por los pollos pintones. Tengo que recorrer toda la Línea 5 de punta a punta, y me sé todas las estaciones de memoria. Hago concurso de estaciones con Susana, que también sabe un montón de ellas, pero gano siempre, y ella hace como que le da rabia que la gane, pero se ríe y sé que es de broma.

Mi padre es muy bajito y delgado y lleva unas gafas de culo de vaso que parece rompetechos, como le dice mi madre cuando se enfada con él. En cambio mi madre es gorda, muy gorda, más que, y bajita, parece una albóndiga, como la llama mi padre cuando regañan. Pelean mucho, mucho. Siempre los recuerdo igual, pero aun así no me gusta. Cojo mi boli y canto mi cancioncilla muy fuerte. Me salgo al patio y miro hacia arriba y con el ronroneo de la moto acabo por no oírlos. La vecina de arriba, la Flores, grita también:”Sebastiaaaaán, cállateeee”, y lo dice tan alto que todo se queda en silencio, hasta mis padres se callan. Pero solo un momento, luego la insultan los dos y siguen con la pelea. A veces se cascan, sobre todo mi madre. Se sube encima de una silla, para llegar mejor, y le da con el puño cerrado donde pilla. Mi padre también le suelta alguna, pero como ella es más gorda le puede y acaba por rendirse. Se hace un gurruño en el suelo y se pone a llorar. Entonces es cuando le dice las cosas más horribles: “ Poco hombre, guiñapo, marica, saco de mierda, asco de tío”, y más cosas que me da vergüenza decirlo.

Tengo más hermanos, pero ya solo queda en casa Josefa, la pequeña. Cuando nació yo tenía 20 años, y no me gustó que naciera. Lloraba y lloraba y toda la casa olía fatal. A mí me tocaba cambiarla y me daba mucho asco. Un día le metí el pañal en la boca, para que se callara. Me pilló mi madre y me dio la paliza más grande que me han dado nunca. Entonces empezaron los primeros ataques. Trabajaba todo el día y luego me tocaba atender a la niña, no podía más. Ahora ya es mayor pero es asquerosa, está muy mimada y es muy caprichosa. Se parece a mi madre en todo y a mí, en cuando puede, me pellizca y me da patadas sin que la vean.
Mis otros hermanos ya están casados, se casaron pronto. A veces vienen, pero poco. Había otro hermano, Armando, pero se murió de las drogas. Mi madre lo pasó fatal.  Hasta que nació Josefa él era su preferido.  Chorra de oro, le llamaba. Hacía con ella lo que quería. Era muy listo, yo creo que el que más. No hablaba mucho, pero eso sí, te miraba de una manera que salías corriendo. Cuando se hizo mayor empezó a robar y a drogarse,  mi padre se enfadaba mucho pero él le pegaba y todo. La policía venía cada dos por tres a casa, pero mi madre todo se lo perdonaba, hasta, a veces, le daba el dinero a escondidas para que comprara droga y no estuviera tan nervioso. Conmigo no se portaba ni bien ni mal, yo creo que ni me veía. Solo hablaba conmigo para mandarme a por tabaco o a por cervezas.

Se murió y a mí me pareció muy raro, nunca había visto a nadie muerto.  Me acerqué a su boca y se la besé, como hacía mi madre, me dio mucho asco, estaba fría y parecía de plástico duro. Le abrí los ojos y no tenía nada de bajo, estaba todo blanco. Salí corriendo y no quise volver a entrar en aquella habitación. Mi padre le echaba la culpa a mi madre y le decía una y otra vez: “te lo dije, te lo dije, que no andaba por buen camino, pero nada de nada, que le dejes, bien dejado está ahora, bien dejado está ahora”. Y lo repetía una y otra vez. Mi madre no le escuchaba, lloraba y gritaba y se arañaba la cara, se mordía las manos, se desmayaba, se despertaba y volvía a gritar y a gritar; hasta vino un señor con traje azul y una chapita y nos dijo que si no se callaba nos echarían de allí con mi hermano o sin él. Yo no fui al entierro, me dejaron cuidando de Josefa. Cuando vinieron mi madre se metió en la cama y no salió en dos días. Después hizo que pintaran un cuadro enorme con la cara de mi hermano en el que ponía: “Sol de hijo”. Y allí lo colgó, encima de la tele, mirándonos a todos. Tú mirabas la tele y él te miraba a ti.

A partir de entonces mi madre siempre ha estado mala. Los de la ambulancia se cagaban en todo cuando tenían que venir a por ella. Un día los oí decir: “La gorda, otra vez la gorda, hoy le ponemos un tranquilizante y la dejamos en casa, pasamos de llevárnosla al hospital.” Y así lo hicieron, la pincharon y se quedaron todos tan descansados. Aunque al día siguiente, cuando se despertó, empezó a vociferar y acabó por llamarlos otra vez y cuando entraron en casa se tiró para atrás y se cayó dándose contra la mesa. Salía mucha sangre y se la llevaron al hospital con la sirena y todo.

Hoy también oigo las sirenas. Ya vienen, pero va a dar igual.  Hoy es año nuevo, hemos ido a conocer la casa de mi hermana Josefa, que se va a casar. Está muy lejos, casi en Segovia, mi padre no quería venir, está harto de conducir y cada vez ve peor. Pero a mi madre le da todo  igual: “He dicho que vamos y vamos y se acabó”. Y le ha dado un empujón que casi se traga el picaporte. Por el camino casi tenemos un accidente con un camión. Mi padre quería adelantarle, el camión no le dejaba y se ha echado encima de nosotros; mi padre le ha insultado, ha dejado el volante y le ha hecho un corte de mangas y casi nos salimos de la carretera. Mi madre ha empezado a gritar y a mí me ha dado otra vez el ataque. Pero ni se han dado cuenta. Cuando hemos llegado donde mi hermana, mi madre me ha visto los pantalones manchados de pis, me ha dado una colleja, y ya está.

En la comida no han parado de insultarse. Al novio de Josefa, que es culturista, se le ha hinchado la vena y se ha puesto muy colorado, ha dado un puñetazo en la mesa y la botella de vino y los vasos han saltado como en los dibujos animados. Mi madre le ha dicho a mi padre que dijera algo, y mi padre se ha levantado muy enfadado y nos ha metido a empujones en el coche.

Yo, con tantos empujones, he perdido mi boli y me he puesto muy nervioso. Cuando no tengo el boli no sé qué hacer con las manos. Ellos estaban delante de mí en el coche, seguían insultándose, chillaban. Volvían a  repetir lo mismo una y otra vez. Mi madre lloraba, mi padre para no oírla ponía la música muy fuerte. Mi madre la quitaba, él la ponía. Yo he buscado entremedias de los asientos para ver si encontraba algo que se pareciera a un boli y así poder cantar mi canción y no escucharlos. Pero un silbido se me ha metido en la oreja y ha empezado a pitar, a pitar, a pitar cada vez más alto. He notado el calor, el sabor amargo que me llena la boca antes de los ataques y entonces, en vez de perder el conocimiento, he agarrado por el cuello a mi madre y he empezado a apretar, a apretar, fuerte, muy fuerte y así el pitido se ha ido. Ella se movía mucho y me arañaba con sus manos.  Mi padre, al verme, ha soltado el volante y ha querido despegar mis manos de su cuello, pero yo notaba un gran placer al no oírla y no lo ha conseguido. Ha empezado a insultarme y entonces he soltado a mi madre y le he agarrado a él. Ha sido entonces cuando el coche se ha salido de la carretera y se ha estrellado contra una casa abandonada.

Ellos se han muerto enseguida, no han dicho nada. Hay mucha sangre. Al principio estaba caliente, ahora ya está fría. No los veo, ni los oigo. Tengo algo encima que no me deja moverme. Estoy muy quieto. Me ha dolido mucho al principio, pero me he puesto a recordar todo esto y ya no me duele.

Ha pasado mucho rato sin que se oyera nada. Me ha gustado. Sé que los he matado. Sé que está mal. Pero esta paz me gusta. Por eso lo he hecho, porque sabía que me iba a gustar. Sólo echo de menos mi boli, y a Paquita, si viniera ella a salvarme…
Ya da igual, se oyen las sirenas, pero no me van a ver, estoy escondido debajo de ellos. Están encima, como siempre, pero por lo menos no hacen ruido. Adiós.

Por Raquel Ferrero

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