miércoles, 27 de febrero de 2013

La tía Olvido

 —Venga Olvi, déjalo todo y arréglate. Ya saco yo los platos del lavavajillas, que vais a llegar tarde —indicó gracioso Paco, mientras hacía gestos con las manos a su cuñada para que saliera de la cocina—. Besadle la mano al cura de mi parte. ¡Ah! Y cuidado con los vermús que os toméis a la salida.

La misa de doce, con su posterior aperitivo, era para Olvido el mejor momento de la semana; de las del pueblo, una de las pocas costumbres que conservaba.

Asistía con su hermana María Antonia y con su sobrino, juntándose a la salida con varias madres y algún padre del colegio de Paquito. Algunas veces, pocas, se les unía Paco. Después, pasaban un rato en algún bar del barrio. Las dos hermanas tomaban vermú y, si repetían ronda, producía en ellas gran algarada, descubriendo el genuino acento que normalmente procuraban disimular. De vuelta a casa, recogían del asador la comida que previamente habían encargado para no cocinar ese día.

Toñi, como todo el mundo la conocía, era dos años mayor que Olvido. Poseían una dispar personalidad. La primera, aunque con innegable parecido, era más agraciada físicamente que su hermana, o quizás sabía sacarle más partido. Había sido muy fantasiosa y poco aplicada. Siempre había un chico rondándola. A ello contribuía su zalamería y su gracia. Olvido, por lo contrario, más apocada y poco atendida por el sexo opuesto, se había cobijado en los estudios y en las labores domésticas, ayudando a su madre, sobre todo en la cocina, donde se mostraba desenvuelta. Más constante que inteligente, su propósito era buscar un trabajo que le permitiera  estudiar la carrera de Historia y, después, un hombre con el que fundar una familia.

Vivieron la adolescencia con desigual dicha. Toñi, al contrario que Olvido, aún a costa de repetir algún curso, disfrutaba de la amistad y de los chicos. Algunas veces, sobre todo cuando insistían sus padres, se llevaba a su hermana pequeña, aunque ninguna de las dos se encontraba demasiado a gusto. Pero, a pesar de sus diferencias, la relación entre ellas era buena, profesándose un gran cariño, especialmente de puertas para adentro.

Al cumplir los diecisiete años, Toñi abandonó el colegio y consiguió trabajo en un supermercado de la capital, por lo que se trasladó a casa de una prima de su padre que vivía en el madrileño barrio de Fuencarral.

Olvido continúo con su anodina vida. Avanzaba en sus estudios, esperando terminar el bachillerato y plantearse su existencia fuera del pueblo. La marcha de su hermana la había entristecido aún más y la casa había perdido gran parte de su alegría. Ansiaba la llegada del verano o de los pocos días libres que permitían a Toñi regresar a su hogar.
Pero las visitas de su hermana se espaciaban cada vez más. Había conocido a Paco, con el que mantenía un estable noviazgo.

Éste, varios años mayor que Toñi, era un hombre simpático y ocurrente; trabajaba como jefe administrativo en una empresa de servicios. Estaba esperando que le entregaran las llaves de un piso en uno de los nuevos distritos proyectados en las afueras de Madrid.

No obstante, ni su hermana ni Paco faltaron a la fiesta de graduación de Olvido, que había conseguido nota de sobra para matricularse en cualquier Facultad de Geografía e Historia.

Esto sucedió varios meses después de que la pareja contrajera matrimonio, una vez en posesión de su nuevo piso.

Aquel verano transcurrió feliz para todos, especialmente para Olvido. El mes de vacaciones de ambos cónyuges lo compartieron con su familia. Quince días en el pueblo, celebrando las fiestas patronales, y otros tantos en la costa onubense, la más cercana a su tierra. La buena posición laboral de Paco les permitió alquilar un apartamento en la playa para los cinco. Olvido no recordaba haber pasado tanto tiempo disfrutando con y de su hermana. Añadiendo a eso la presencia de sus padres, que nunca habían podido disponer de ese esparcimiento, y de la nueva adquisición de la familia, su cuñado. Aquellos días fueron inolvidables. Tan imborrables como los guisos que les esperaban a la vuelta de la playa. Todos pudieron comprobar sus buenas dotes culinarias. Como compensación, por las noches compartía estrellas con la pareja en la terraza de un hotel, donde, por primera vez, se atrevió con algún paso de baile y recibió la pícara mirada de algún veraneante.

Pasó el mes de agosto y todo volvió a la normalidad. La chica en el pueblo no se decidía por dónde continuar. Quería realizar su sueño de licenciarse, pero no resolvía en dónde hacerlo. El pueblo estaba a mitad de camino entre Sevilla y Salamanca. En Madrid, con su hermana recién casada, no creía que fuera lo más apropiado. En casa de su tía, cuyos hijos consideraba estúpidos, no le apetecía en absoluto.
La tarde del veinte de septiembre recibió una llamada de Toñi.

—Olvi —que es como familiarmente le llamaban—, Paco ha presentado parte de la documentación para que te matricules en la Facultad de Geografía e Historia. Sólo falta que entregues tú los papeles que restan. Hemos decidido que te vengas a casa mientras vas a la universidad. El plazo acaba en una semana. Haz la maleta y coge el autobús. Nosotros te recogemos en la estación.

Olvido prometió contestarla al día siguiente. Tenía que pensarlo. Transcurrida esa noche sin dormir, y animada por sus padres, decidió que marcharía a la capital, a vivir en casa de su hermana.

Comenzó el curso y la chica aprendió a duras penas a moverse por Madrid. Tenía que atravesar la ciudad hasta el lado opuesto. Acostumbrada a la tranquilidad del pueblo, la capital se le desmesuraba. Todo ello contribuía a un mediocre rendimiento académico.

Poco a poco se fue acostumbrando a la rutina de la gran urbe y decidió que tenía que encontrar algún trabajo, aunque fuera a tiempo parcial, a fin de colaborar con los gastos de la casa. Consiguió un contrato para trabajar por las tardes en un supermercado de una cadena rival de la de Toñi.

Durante meses se mantuvieron todos muy atareados. Paco trabajaba desde muy temprano hasta media tarde, menos los viernes, que comía en casa. Toñi, mañana y tarde durante toda la semana, descansando en días salteados. Olvido, de lunes a viernes por la mañana en la facultad, por las tardes en el supermercado, excepto cuando libraba. Entre todos se repartían las tareas domésticas, aprovechando Olvido las mañanas de los fines de semana para preparar las comidas de los siguientes días.

Confiaba Olvido en conocer algún chico que consiguiera darle lo mismo que Paco le ofrecía a su hermana. En la facultad sobraban hombres, pero nadie, de los que ella consideraba idóneos, se interesaba por ella. Pensaba que podría ser por su carácter pacato o por el poso pueblerino que destilaba.

Mediaba el tercer curso cuando Toñi quedó embarazada. Enseguida surgieron complicaciones que la obligaron a permanecer en reposo absoluto. Olvido, que había acrecentado el apego a su hermana, se ofreció para cuidarla. Pactó con la empresa la suspensión temporal de su contrato. A pesar del dificultoso curso, consiguió aprobar en junio.

Fue la sombra de Toñi hasta que, en noviembre, nació Paquito, un hermoso sobrino, al que consideraba casi como hijo suyo, aunque sólo fuera por todo lo que había cuidado de él y de su madre durante el embarazo.

Los cuatro meses que siguieron al parto fueron extraordinarios para Olvido, que compartió minuto a minuto con su hermana y el bebé, convirtiéndose en la culpable de que todo en el hogar engranara correctamente, a costa de arrinconar el curso.

Se acercaba la primavera y el desconsuelo planeaba sobre ellos, pensando en la reincorporación de Toñi y en la vuelta de Olvido al trabajo y a la universidad.

Después de algún llanto conjunto, convinieron que la tía se quedara en casa cuidando de Paquito. Renunciando a las vacaciones, consiguió acabar cuarto en septiembre y se hizo definitivamente jefa de la casa, aunque sin empleados. Abandonó temporalmente la carrera, pensando que ese curso  que le quedaba no tardaría en realizarlo.

Quitando la compra semanal, que normalmente hacía Paco, y alguna ayuda aislada que recibía de su hermana, la carga de la casa la llevaba Olvido. Se ocupaba de la limpieza, del lavado, de la plancha, de Paquito y el colegio y, como no podía ser de otra manera, de la comida. También procuraba abastecerlos de la infusión idónea según la ocasión, disciplina que cada vez manejaba con mayor maestría. Su escasa vida social se reducía a poco más que la misa y al aperitivo de los domingos.

La buena relación entre tía y sobrino era incuestionable. El niño congeniaba con ella mejor que con ningún otro miembro de la familia. Por contra, Toñi y Paco empezaban a mostrar ciertos síntomas de distanciamiento. Olvido no podía entender por qué a veces discutían por tan poca cosa, sobre todo cuando el niño estaba delante.

Paquito crecía y su tía estaba cada vez más inmersa en sus labores. Quitando las vacaciones, las misas, su afición a las hierbas y, por supuesto, su sobrino, su vida transcurría sin aliciente.  Ya casi había olvidado que le quedaba un curso para acabar la carrera de Historia. No se atrevía a abandonar la casa de su hermana y dejar a su sobrino. El volver al pueblo y empezar de nuevo le producía escalofríos. En cuanto a la oportunidad de buscar pareja y formar una familia, esa esperanza iba disipándose como la espuma que queda en el lavabo tras un afeitado.

A pesar de la servidumbre que asumía sin oposición, su devoción por Paquito se acrecentaba día a día. Le llevaba y recogía del colegio, le preparaba la comida con tanto mimo que, hasta lo que ningún niño quería, a él le parecía sabroso. Por la tarde, otra vez ida y vuelta. Le gustaba mucho que su tía Olvido le contara historias de la colonización de Norteamérica, su tema predilecto. Le hablaba de los viajes de Hernán Cortes, de Francisco de Ulloa, de los británicos Drake y Cook y, sobre todo, del franciscano Fray Junípero Serra, sin duda, su personaje preferido.

Las responsabilidades de Paco y Toñi en sus respectivos trabajos habían crecido en los últimos meses. Él se había convertido en director de área y a ella le hicieron encargada de supermercado. Eso se tradujo en una plena dedicación a sus nuevas labores. El menor tiempo que pasaban en casa no sólo propiciaba más distanciamiento entre la pareja, sino también respecto a la tía y al niño. Parecía más que éstos fueran madre e hijo.

Tanto le había hablado Olvido al niño de las aventuras de Fray Junípero, que cuando se acercaban a la barriada de San Diego, cerca de su domicilio, decían que iban a California.
Allí mismo, un día que fueron a comprar unos zapatos a Paquito, aprovecharon para hacerse unas fotos de carné en el laboratorio de una pareja coreana. Le dijo al niño que se las habían pedido en la iglesia, para la catequesis.

En los últimos días, durante las clases matutinas de su sobrino, Olvido había estado ocupada arreglando papeles en distintos lugares de Madrid. También estuvo sopesando la posibilidad de conseguir algún trabajo que le permitiera sobrevivir fuera de casa.

Una mañana, Olvido se maquilló bastante más de lo que solía hacerlo. Lo hizo al estilo de Toñi. Al terminar de arreglarse, reparó en que se parecían mucho más de lo que pensaba. Comprobó que perfectamente pasaría por ella. Es más, dedujo que podría resultar hasta más guapa. Recogió al niño un poco antes de lo habitual y,  cumpliendo con la cita prevista, se presentó en comisaría, con toda la documentación necesaria y con el DNI de su hermana, que con sigilo le había sustraído la noche anterior.

—Paquito, ¿te gustaría conocer la auténtica California?
—¿Donde estuvo Fray Junípero enseñando a los indios? —preguntó el niño.
—Sí. San Diego, San Francisco, Los Ángeles…
—Claro, tía, me gustaría mucho.
—Pues voy a hacer lo posible, pero, por ahora, tiene que ser un secreto entre tú y yo. No podemos decir nada a tus padres.

Marcharon los dos a casa con una sonrisa dibujada en el rostro. Paquito, cada cierta distancia, daba saltitos juntando los pies en el aire. A veces, tenía que sujetarle su tía para que no se cayera.

Pasados unos días, con mucho tacto para que nadie se percatara de su propósito, Olvido fue preparando la ropa necesaria, casi la justa, para ultimar el equipaje el mismo día del viaje. Dispuso dinero en efectivo y comprobó el saldo que tenía en la nueva cuenta unipersonal que contrató. En ella ingresó todo lo que había ahorrado estos últimos años, de lo que, de una forma parecida a una asignación adolescente, le había ido entregando puntualmente su hermana. Lo había reintegrado, poco a poco, de su antigua cartilla, de la que Toñi era cotitular, y que, aunque no solía controlarlo, podría detectar movimientos sospechosos.

Esa mañana de miércoles del mes de abril, Paquito, con su mochila, y su tía, con otra más grande, en vez de dirigirse al colegio, tomaron un taxi hacia la Estación de Atocha. A las 9:30 les esperaba un tren de alta velocidad con destino Barcelona. A las 14:05 salía un avión para Londres. Y a las 19:30 cogieron un vuelo con dirección a Los Ángeles. Olvido había procurado no dejar huella en Barajas, por despistar y ganar el tiempo necesario para llegar sin  problemas a la ciudad americana.

Querida hermana:
Nunca pensé que reuniría la suficiente valentía para  tomar esta determinación, que a ti te parecerá una locura. Lo he pensado durante largo tiempo y he decidido que era lo mejor. Con vuestras responsabilidades laborales, Paco y tú estáis de sobra ocupados. Quizás allí también estéis satisfechos afectivamente.
Créeme que si no estuviera segura de que conmigo Paquito iba a tener cubiertas todas sus necesidades, nunca nos hubiéramos movido de casa. Él es lo que más quiero y creo que yo soy para él la persona más importante. Llevamos años compartiéndolo todo. Hace tiempo que tuve que renunciar a encontrar un marido y a tener mis propios hijos, pero el niño llena con creces ese vacío.

Explícales todo a nuestros padres, a los que quiero muchísimo, y da recuerdos a nuestros amigos. Echaré de menos la misa de doce y nuestros vermús de después.

Supongo que hablaréis con la policía y también con el colegio. Tarde o temprano, supongo, nos localizarán. Si no fuera así, me pondré en contacto contigo más adelante. No temáis por nosotros. Ya tengo apalabrado un trabajo que nos permitirá vivir dignamente.

Un beso muy grande de quien os quiere mucho.

Olvi.

P.D. En el frigorífico he dejado una jarra con una infusión de tila,  pasiflora y amapola de California. Seguro que os vendrá bien.

Por Vicente Briñas

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