viernes, 22 de febrero de 2013

La mentira

Cele y yo estábamos pasando una semana de vacaciones en Fuerteventura, en una isla de Las Canarias.

Pensé comprarla un regalo, pero no sabía qué podía gustarle de aquella tienda de souvenirs del hotel donde estábamos alojadas.

Había unos álbumes de fotos hechos con hojas de palmeras, típicas de la isla.

No estaba segura de que le gustase, así que intenté sondear sobre su gusto. Le dije que iba a comprar un regalo para mi sobrina y quería saber su opinión.

Ella me contestó que era muy bonito. Salimos de la tienda y se lo entregué; a continuación, montó en cólera diciéndome que no le gustaban las mentiras.

Todos mis intentos por explicarle que sólo intentaba saber si le podía gustar fueron fallidos. Después de aquella ocasión no se me ocurrió volver a utilizar esa estrategia.

Cuando realmente he tenido que mentir ha sido por necesidad, como medio para conseguir  que no supieran más de lo que yo estaba dispuesta a dar a conocer sobre mí o para justificarme de por qué no quería hacer alguna cosa o ir a algún sitio.

                                                   Por Amparo Santos Gómez

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