lunes, 25 de febrero de 2013

Las mentiras

Juan era una gran persona. Ante el miedo o el dolor de los demás se sentía impelido a mitigarlo. Cuando Azucena le contó lo que le había pasado en el trabajo y que, al día siguiente, no podría volver, él le dijo: tranquila, seguro que casi nadie se acuerda ya. En el caso de Pepe, temeroso de haber acabado con su matrimonio al perder todos los datos del ordenador donde Cinta, su mujer, trabajaba desde casa, le comentó: no sufras, verás como lo entiende, tendrá hechas copias de seguridad. Y así se comportaba en cada caso el mago de las mentiras blancas.

Por contra, César, que se crecía a costa de humillar a los otros, era experto en dañar a todo el que podía. Si estaba en su mano, le decía al jefe que Tomás no había hecho todavía su trabajo, a pesar de saber que era urgente. O que él mismo se encargaba de todo y que gracias a su interés las cosas salían bien y a tiempo. Su afán era trepar sin ningún escrúpulo y a costa de quien fuera. Cuando Vicente le confesó que había preparado un informe en el que se recogía mucho más de lo inicialmente encargado, y que le había quedado impecable, César hizo todo lo posible por minarle la moral: ¿estás seguro de que a don Luiscar le va a parecer bien? Ten en cuenta que no es lo que se te ha pedido. Si surgía algún problema Cesar nunca tenía culpa de nada, al contrario, aprovechaba para expresar el “ya se lo dije”.

El día en que Margarita se quejó de Eva, César comentó que desde luego no era de extrañar. Él sabía que se dedicaba a dar largas al trabajo de los demás para quedar como la más competente. Margarita dejó de hablar a Eva, y ésta no entendía el porqué. El gran manipulador conseguía que todo el mundo en la oficina estuviera enfrentado.

Cuando fue el cumpleaños de Pilar lo celebraron al salir de la empresa, a pesar de que pocos se llevan bien entre ellos. Pilar era una mujer abierta y dicharachera, por lo que la fiesta empezó a animarse rápidamente. Amparo, reservada pero con un gran sentido ético, era consciente de la cizaña que metía César. No le gustaba disputar con nadie, y menos en público. Por esto, le dijo a Elsa, gran negociadora y suave en sus palabras, lo que ella había visto. María, Carmen, Mayte y Jenny, que estaban en la conversación, le dieron la razón, ellas también lo habían observado. Se acercaron a Raquel y a Mercedes, de talante menos pudoroso y acostumbradas a soltar las verdades. Entre todas tejieron un plan.

Llegado el momento de los pastelitos y el champán el grupo estaba más que animado. Entonces las indirectas fueron dando lugar a las directas, de manera que César fue siendo despojado de sus capas hasta dejarlo en pañales. Éste, cuyo sentido de la vida era embaucar y manipular, empezó a ponerse malo. Enojado, actuó como un cobarde y huyó de la situación, alegando que tenía prisa. Caminando hacia su casa comprendió que tendría que cambiar de trabajo. Como persona no tenía sentido por sí mismo. Su vida consistía en trastocar la de los otros. El puro placer de mentir, del que era esclavo, se esfumaba en esta empresa.


Por Mercedes Martín

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