miércoles, 19 de octubre de 2011

Seda negra

El vapor denso y pegajoso del alquitrán se mezclaba con los aros de humo, que cadenciosamente iban saliendo de sus labios.  El Hotel Rich se asomaba detrás de las copas de los árboles  y Neptuno observaba impasible como la noche iba cuajándose. Alfredo dio de nuevo una profunda calada y alzó su cabeza para ver como los circulos ascendían, se difuminaban y por fin desaparecían en el cielo gris pastoso de esa noche tibia de agosto.

De repente apareció flotando ante sus ojos un pañuelo de seda de vivos colores. Volaba como si tuviera vida propia, planeaba y luego batía con ritmo sus flancos.  Aunque corría una pequeña brisa, no parecía que ella fuera la impulsora de su vuelo. Estaba absorto en el pañuelo, en sus colores, tanto que le pareció sentir que una fragancia se desprendía de él. Era un aroma sútil pero intenso que le erizó todo el vello de su cuerpo.

Un escalofrío le recorrió al mismo tiempo que escuchó una voz femenina que sensualmente le suplicaba: “Monsieur, monsieur mon foulard s’il vous plaît”. En el último piso del Rich, asomada a un balconcito, una mujer desnuda le llamaba agitando su brazo y señalando al pañuelo volador.

Alfredo, desde su alquitranadora, vio como el foulard de la señorita, sintiéndose delatado, perdía altura y se plegaba sobre si mismo, iniciando un descenso en picado hacia su recién asfaltado suelo. Pero cuando su caída era inminente desplegó de nuevo sus alas y magestuoso planeó, de manera suave y delicada, sobre el manto negro y humenante. Y allí quedó, pegado y desplegado, luciendo su colorido, dignificando con su suavidad el inmundo suelo.
Raquel Ferrero
a partir del binomio fantástico 'seda' y 'alquitrán'

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