lunes, 17 de octubre de 2011

Se encontró en la calle

La vida de Alberto era hermética como un capullo de seda; hacía vida de gusano. Los fines de semana los consumía en casa con su televisor de cuarenta pulgadas, su deporte, su internet y el ocio de la nevera. El resto de la semana, de lunes a viernes, gastaba los días pisando alquitrán; era viajante de comercio y encontraba su capullo en la cabina del camión; circulaba las horas de luz, hablaba por la emisora de radio —su apodo era K47SOLITARIO— y dormía en las estaciones de servicio.

Su vida cotidiana habitaba en ambas envolturas, tan cerrada como el capullo de seda, tan abierta como la cabina. Feliz en su egoísmo solitario, que dividía entre los electrodomésticos y el trabajo, era un ser individual y pobre. Nunca compartió su hogar hasta que se encontró en la calle.

Un día de abril, cuanto tocaba florecer, se le acabó el trabajo; fue un asesinato de la crisis. En unos meses malvendió la radio, la cabina y el camión; en unos años se quedó sin casa —el terrorismo de la usura fue el que acabó con su vivienda— y se marchó a la calle, al aire libre, bajo un puente, junto a las estrellas, compartiendo la vida de otros desheredados que, además del tiempo muerto, le proporcionaban algún cartón de vino.

Se encontró en la calle y descubrió que hasta entonces sólo había sido un punto de soledad.

Tomás Alegre,
a partir del binomio fantástico 'seda' y 'alquitrán'

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