jueves, 27 de octubre de 2011

Llamando a las puertas del cielo

Desde hacía décadas no surgía ninguna posibilidad. El último concurso de traslados se celebró en 1960.

Tras las reformas protestantes que dieron lugar al Concilio de Trento, allá por el siglo XVI, había aumentado de forma considerable el número de inquilinos del infierno. No obstante, se produjo una circunstancia positiva: gracias a un acuerdo de los jefes de explotación de cielo, purgatorio e infierno, periódicamente podrían trasladarse almas de una jurisdicción a  otra.

En la segunda mitad del siglo XX, el Concilio Vaticano II produjo en el cielo un efecto llamada, provocando casi su saturación, por lo que los traslados comenzaron a realizarse sólo en sentido descendente.

Los cajeros, interventores y directores de sucursal bancaria, que habían sido condenados al averno, por las comisiones abusivas que cobraban a sus clientes, se habían quejado con insistencia de que todos los altos directivos y grandes accionistas de sus empresas subieran al paraíso, siendo éstos los que ordenaban los métodos de usura.

Durante mucho tiempo, las encorbatadas ánimas habían cobijado esperanzas de ganar el  purgatorio; hecho que nunca sucedía. Convinieron que la situación ya no podía sostenerse, por lo que acordaron ascender por su cuenta al edén, sin purgar antes sus pecados; de no conseguirlo por las buenas, tendrían que emplearse con energía.

No pasó inadvertida la rebelión de los financieros, motivando que otros colectivos se unieron en la lucha; sobre todo los que se consideraban injustamente juzgados, como los jefes de personal obligados a despedir, los escritores cuyas obras avivaron las llamas, otros que quisieron vivir del cuento y algunos seguidores de Bob Dylan, desorientados en vida ante tanto cambio de fe del artista, viendo que ahora podrían hacer realidad su canción favorita: “Llamando a las puertas del cielo”.

Aprovechando el bullicio de la fiesta mayor celestial, se dieron cita en la entrada de la gloria. Golpearon con insistencia, pero nadie contestó. La masa de indignados, multiplicando sus fuerzas, derribó las puertas.
Vicente Briñas,
a partir de la hípótesis fantástica: qué ocurriría si los huéspedes del Infierno se amotinasen

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