martes, 22 de noviembre de 2011

Entre el alquitrán y la seda

El gato se desperezaba sobre la alfombra, orondo y negro como el alquitrán, en un ritual conocido y secular que le daba consistencia de gato.

Allí, tomando el café de las once, con las hojas color salmón de El País del domingo,  desplegadas sobre la mesa, Onofre observaba a su gato. La cotidianidad del café, siempre sobre la misma hora, la lectura de los artículos de la prensa hasta agotarlos y otro sinfín de gestos, encajados cada vez con mayor precisión en el horario, y ese gato negro y bien cuidado le daban consistencia a él.

Alquitrán hubiera sido un buen nombre para el gato. Pena que no se le hubiera ocurrido antes… Sin embargo, se llamaba Akito, debido al entusiasmo de su novia por la cultura japonesa. Caray… ella era casi gótica y solía vestir de negro. Hasta hoy no había pensado en tanta identificación. Tampoco entendía muy bien qué hacía él con esa novia. Ya se lo decían los amigos, pero el caso es que le gustaba mucho. Para él era tan imprevisible que vivía instalado en la sorpresa y eso contribuía a mantenerle a la expectativa: vivo, en otras palabras.

Todavía recordaba con nitidez el día en que llegó ella con una caja de crema de manos, cuidadosamente envuelta en papel de color rojo, con una tarjetita escrita con letra primorosa: “Me encantan tus manos, esos dedos largos y finos que maltratas en tu trabajo. Con esta crema  recuperaran su suavidad. Te quiero.”

Los compañeros del trabajo se reían  al principio; pero como día si, día también, él se aplicaba en darse su mano de crema nada más terminar la jornada y lavarse; ellos acabaron claudicando y pidiéndole algo del ungüento para probarlo. Todos terminaron  encargándole una caja a su novia esteticista.

Onofre se mira y se frota suavemente las manos. Ahora están casi tan suaves como la seda, pero la parte más importante de ese milagro no la ha tenido la crema, han sido los cinco meses de paro que lleva en casa, asiéndose voluntariosamente a una rutina que le de sentido.
Entre la suavidad de la seda y la negrura del alquitrán tiene que haber muchas posibilidades intermedias- piensa… mientras acaricia, distraído, el lomo de su gato - y él está dispuesto a encontrarlas.
Olimpia Benito,
a partir del binomio fantástico 'seda' y 'difuntos'

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