lunes, 7 de noviembre de 2011

Diario sin tiempo

Día 1:   Los relojes se han detenido a las cinco en punto. Los informativos de radio y televisión no paran de hablar de otra cosa. Es como si lo que conocemos estuviera congelado para siempre: la luz del día, el sueño, las necesidades fisiológicas. Según un informe de  la comunidad científica, parece que la tierra ha dejado de rotar sobre sí misma.

Todo a nuestro alrededor es un conglomerado de desconcierto y confusión.

Día 3:   La gente se ha echado ociosa a las calles e inunda parques y lugares públicos con ganas de aprovechar este tiempo extra. Vivimos inmersos en un periodo vacacional inagotable, y todo son risas, y juegos, y largos paseos por los pulmones verdes de la ciudad. Tiempo hay para ello de sobra.

Día 5:   El estado de ánimo ha decaído ostensiblemente desde que los medios de comunicación informan de la aparición en el suelo de enormes e infranqueables puertas metálicas en las capitales del mundo. Fuerzas internacionales vigilan constantemente estos lugares ante la posibilidad de que se produzcan hechos que pongan en peligro la seguridad y la estabilidad mundial.

Día 14: He empezado a echar de menos los atardeceres. No he vuelto a ver uno de ellos, ni anochecer, ni amanecer, y todo es una rutina tediosa y difícil de soportar. Echo de menos actos como dormir, o bostezar por el sueño, o sentir cómo suenan las tripas por el hambre, o poder contemplar las estrellas y la majestuosidad de una luna llena.

Día 22: Estamos aterrorizados. Hace dos días (o eso creemos ante la ausencia de una forma fiable para medir el tiempo) se han empezado a sentir golpes al otro lado de las puertas metálicas. Algunos de nosotros pensamos que se ha levantado en guerra el infierno, mientras que otros creen que tan sólo se trata del sonido natural ocasionado por el movimiento del fluido magmático.

Lo que es cierto es que las calles empiezan a estar completamente vacías, y la situación nos tiene a todos preocupados. Las ficticias vacaciones se han acabado en muy poco tiempo.

Día 35: Empiezan a escasear los víveres, el agua, el combustible. Nadie se atreve a abandonar su hogar. Se ha decretado el estado de alarma, e incluso empiezan a producirse los primeros cortes de luz. Todos desconfiamos de todos, y algunos empiezan a robar para poder subsistir.

Día 70: Quedamos pocos. Los que continuamos vivos lo estamos porque previamente hemos pasado por encima de otros. No hay agua corriente, ni luz, ni víveres. No hay noticias nuevas con respecto a las puertas del infierno…

La situación es desesperante. No parece que esto vaya a cambiar. Mi cuerpo no aguanta más. He llegado al límite físico y mental y no hay nada que desee más que el hecho de que vengan esos otros que habitan más allá de las puertas y que acaben de un golpe con este castigo que es vivir encerrado, como si fuera una cobaya, dentro de esta maldita hora…

…de no cambiar esto en poco tiempo, tengo decidida la manera en que acabaré con mi vida… la manera en que pondré fin a este castigo.
Emilio J. Isidro Babianopartir de la hípótesis fantástica: qué ocurriría si los huéspedes del Infierno se amotinasen

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