domingo, 27 de noviembre de 2011

El rescate

“Rompí la carta. Al fin y al cabo, tampoco podía pagar el rescate aunque quisiera hacerlo…”

La tristeza me invadía. No conseguía entender el porqué de todo esto. ¿Cómo era posible que hubiéramos llegado a tal situación? Las amenazas que en ocasiones él había  proferido nunca pensé que llegaran a ser ciertas. ¿En qué momento nuestra relación dio un vuelco tan grande?

Elegimos aquella casita de campo aislada de la ruidosa y estresante ciudad. Apasionadamente enamorados vivíamos el uno para el otro. Todo era maravilloso. Compartíamos  juntos el máximo tiempo posible. El se dedicaba a componer música mientras que yo trabajaba desde casa gracias a las nuevas tecnologías. Remitía mis artículos contratados por un periódico con el que tenía una ideología afín. El resto del tiempo lo dedicaba a escribir mi primera novela. Parecíamos tan felices…

Poco a poco empezó a viajar a países lejanos donde estrenar sus obras. Sus ausencias se dilataban por tiempo indefinido y sus regresos eran sorpresivos. Me sentía muy sola. Al estar alejada de la ciudad fui perdiendo el contacto, con mis amigos, con mi familia, incluso con vendedores, ya que encargaba todas las compras por teléfono. Esperaba su vuelta con devoción y él, por el contrario, demostraba cada vez más frialdad. En esos momentos tenía que haber tomado la decisión de cambiar mi forma de vida pero estaba tan enamorada que no era capaz de hacerlo.

Llegó un momento en que éramos extraños el uno para el otro. A pesar de esto, él siempre insistía en que quería seguir llevando la misma vida y que yo estuviera a su lado.

La falta de relaciones sociales, la cada vez más creciente añoranza de las actividades de la ciudad me fueron sumiendo, sin apenas percibirlo, en un principio de depresión. Los artículos que escribía cada vez me costaban más. Mi novela estaba estancada y no me sentía con fuerzas para continuarla. Poco a poco, mi autoestima fue disminuyendo. La angustia que me originaba tal situación no me dejaba dar un paso adelante.

Por fin, en la época de vacaciones empezaron a visitarme amigos y familia. Se dieron cuenta de que algo ocurría. Una de mis amigas se empeñó en que me fuera una semana de vacaciones con ella, no tenía ánimo pero acabé aceptando. Al salir de aquel mundo cerrado en que se había convertido mi vida fui consciente de que algo tenía que cambiar. Con ayuda de mi amiga empecé a pensar en la separación.

Cuando él volvió de una de sus eternas giras le planteé mi decisión. A partir de entonces las peleas fueron continuas.

Pero ¿por qué él estaba convencido de que yo accedería a su chantaje? Digamos que se engañaba a sí mismo. A lo largo de los años manifesté muchas veces que Fernando me acompañaría durante toda su vida. Las peleas de los últimos tiempos le dejaban a salvo, fuera de nuestras disputas.

Sin embargo, empeñado en dañarme no dudó en insistir que haría todo lo posible por hacer de mi vida un infierno.

En la carta que me remitió, me pedía por el rescate de mi gato Fernando una alta suma que yo no podía pagar. Se lo llevó en una de sus últimas visitas a mi casa. Hacer caso a su carta suponía entrar otra vez en el juego del chantaje. Mi amiga me ayudó una vez más. Se enteró de que el pobre Fernando había fallecido en una clínica veterinaria debido a su muy avanzada edad. Esto me llenó de gran tristeza pero, al mismo tiempo, fue el último paso a mi liberación.

María de las Mercedes Martín Duarte

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