miércoles, 4 de marzo de 2015

FELIZ NAVIDAD

Hoy es veinticuatro de diciembre del año dos mil catorce. Hace un frio que pela. Las calles de esta pequeña ciudad están recubiertas de nieve. Están desiertas. Solamente, aparte de algún trasnochado, la fría bruma cargada de hielo circula por ellas. 

Heliodoro está sentado delante de la chimenea que caldea el salón de su casa. Tiene encendida una televisión que mira sin ver. Solamente escucha los ruidos que provienen de ella. Su gesto es adusto, como todo él. Gesticula, de cuando en cuando, acorde con aquello que llega a su intelecto. No es consciente de ello y eso hace que su gesto se avinagre con aquello que no es plenamente dominado por sus sentimientos. 

Heliodoro tiene ochenta años. Hace siete que su mujer le dejó para siempre con un te quiero Helio. Desde entonces vive solo y su gesto y modales son avinagrados, huraños, hoscos y desabridos. Una mujer viene a arreglar su casa y hacerle la comida todos los días. Sus tres hijos, dos mujeres y un hombre vienen de cuando en cuando a visitarle. Son visitas rápidas, como si tuvieran prisa. Le indican la posibilidad de internarle en una residencia para que esté mejor. Ya sabe él que no tienen oportunidad de estar en su compañía constantemente. Antes de que transcurra una hora está nuevamente solo. 

Piensa en su amada Estefanía y sus ojos grises se anegan de lágrimas. ¡Cuánto ha cambiado todo en estos últimos años! Afortunadamente se encuentra ágil. Todos los días recorre unos cuantos kilómetros a buen paso y eso le hace estar en forma. A pesar de ello siente que sus fuerzas han menguado y de cuando en cuando desfallece. Pero no por ello decae ni se amilana aunque es consciente de todas las cortapisas que su avanzada edad conlleva.

 Nota el gran cambio que se ha efectuado en él. Antes era alegre y dicharachero, ahora es taciturno y desabrido. Antes veía como llegaba cada mañana sonriendo, ahora hasta el sol hace daño a sus ojos. Antes pasaba las tardes desde que se jubiló cogido de la mano de su esposa, viendo la televisión; ahora está solitario durmiendo lo que en ella ponen. Antes pasaba las noches notando el calor emanado de la persona que quería, ahora siente el umbrío frio de la soledad. Antes…

Heliodoro a pesar de sus años tiene el torso terso, el cabello plateado, el rictus amargo y desabrido, sus gestos son violentos y la mayor bondad que trasmiten es desdén. Sabe que antes no era así, pero… eso es lo que hay. 

Son las nueve y media de la noche. La televisión bombardea una y otra vez con paz, felicidad y bondad. Los villancicos suenan una y otra vez invitándonos a todos a abrir el corazón y ser mejores, este es el gran milagro de la navidad. 

Heliodoro ve este bombardeo de deseos de felicidad, paz y bondad y dice:

─¡Paparruchas!

Está acabando de tomarse una infusión que normalmente toma antes de acostarse. 

La televisión sigue martilleando con sus anuncios en los que te invitan a comprar productos, sobre todo colonias y a desearte una y otra vez con una copa de champán “Felices Navidades”

Heliodoro dice:

─¿Donde está la bondad y la paz, que tanto cacareáis ahora, el resto del año? ¡Paparruchas!.
Dejan los anuncios televisivos y comunican, por ese infernal y corrosivo aparato, que va a intervenir el Rey para felicitar la navidad a todos los españoles.
─Españoles, quiero desearles unas felices navidades y que el año que viene nos traiga lo mejor…
─Paparruchas ─dice Heliodoro apagando la televisión para marcharse a la cama─. Espero que todos estos anuncios no turben mi sueño.

Al día siguiente Heliodoro sale de su casa después de desayunar. En el portal se encuentra con su vecina Eloísa, vecina con la que no tiene ninguna relación desde tiempos inmemoriales, de forma natural aflora en su rostro la mejor sonrisa del mundo al tiempo que dice fuerte y claro:

─Buenos días Eloísa.

Esta le mira perpleja al tiempo de balbucear:

─Buenos días Don Heliodoro ─diciendo para sus adentros “¿será debido al espíritu de la navidad?”


Por Jesús Llamas

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