viernes, 6 de julio de 2012

Un curso sobresaliente

¡Está claro!, ¡en casa del herrero cuchillo de palo! Cambio los refranes a mi parecer: “no hagas hoy lo que puedas dejar para mañana”; las jaculatorias: “confundir al que no sabe”, “equivocar al que yerra”, “dar de comer al sediento”, “dar de beber al hambriento”, y así…

Aconsejo a los demás lo más adecuado, según mis conocimientos; los que no me sirven ni para educar a mi hija, ni para reeducarme yo.

“Es conveniente hacer ejercicio físico, aunque sólo sea andar”. El sofá de mi casa tiene el molde indeleble de mi figura, a lo largo. “Las comidas también deben ser saludables, hay que evitar el tabaco y la ingesta de alcohol”. Como lo que me apetece, casi todo lo que engorda o sienta mal (tengo el estómago delicado, y aun así…) Bebo como un cosaco, no siempre, pero sí en muchas circunstancias, algunas de ellas en verdad inadecuadas. Duermo cuando me parece, sin ton ni son, sin regularidad, sin conocimiento. Creo que he recuperado mi condición animal: como cuando tengo hambre, duermo cuando tengo sueño, y no corro para cazar las piezas; entro en internet y me las traen cazadas a domicilio. Me dicen que -hasta los animales tienen sus horarios y rutinas- y respondo “es que yo no soy una animal”.

El tabaco merece título aparte. Cien veces he dejado de fumar, y cien veces he vuelto. Saboreo los roles antagonistas de cada situación. Si no fumo, me digo “qué bien, qué sana estoy, cómo respiro, duermo fenomenal” “y la pasta que me ahorro”. Si fumo, “qué gusto, hago lo que quiero, no hay nada mejor que un cigarrito después de comer, o después de…” lo que sea. Encuentro el saborcillo en los dos extremos y no soy fanática en ninguno de ellos. Sé ponerme en el papel de los demás.

Bueno, todo esto viene al caso porque me recomendé a mí misma “hacer algo que fuera conveniente para mi salud física y mental”. De este modo, me apunté a clases de pilates, a las que acudo siempre que me es posible… Así mismo, me apunté a clases de literatura creativa en el Paco Rabal.

Tengo que reconocer que estas últimas me han enganchado, aunque no siempre puedo acudir a ellas.  Imponderables que no viene al caso reseñar. Lo que empezó como algo al azar (me apunté el mismo día que acababa el plazo) se ha convertido en una verdadera pasión. He recuperado mi amistad con la lectura, a la que había postergado (como a casi todo) para ocasiones propicias, que casi nunca encontraba. Desde joven pensé en escribir algo. Creía que había que estudiar Filología para lograrlo. Luego me enteré de que era mejor estudiar Periodismo. “Da igual, mis estudios no tienen nada que ver, como mucho pequeños y tediosos ensayos”. Ahora he visto que puedo arrancar, conozco cosas que me permiten iniciarme en este camino, personal y poco transparente en mi caso, pues no sueño con publicar. Esto me da más libertad y eso siempre me gusta. Tengo un espíritu libertario y poco ambicioso, a mi parecer.

El grupo de clase es muy especial. Lo componemos sujetos de todo tipo de pelaje: personas maduras, con gran sensatez y sensibilidad; anodinos que han ido desapareciendo definitivamente del grupo; egos de malcriados que pretenden ser el centro de atención, como niños ilimitadamente consentidos; literatos y poetas demostrados, ante los que nos tenemos que quitar el sombrero; acechantes de la creatividad que se quedan en meras ocurrencias; y, en fin, gente variopinta. De esta forma, las clases son muy entretenidas y sugerentes y en muchas ocasiones nos reímos con franqueza.
La profe, sin ánimo de pelotear, no sólo consiente nuestras risas sino que las comparte. Esto es extremadamente didáctico porque ya lo decía “el profesor cojonciano” de la revista El Jueves: instruir deleitando. Una máxima de la pedagogía más actual.

Hemos ido caminando con mayor o menor fortuna, en función de lo acertado del trabajo del alumnado y de la pericia de Esther para irnos conduciendo. Creo que ni la Comunidad de Madrid piensa que se pueden alcanzar tales logros en un mero taller de escritura creativa. No saben que las revoluciones se gestan en los lugares más insospechados.

Por mi parte, tengo claro que no me va a volver a pasar lo de aquel día en Menorca. Estaba sola en el chalet de mi hermana (la rica) y coloqué, en la superterraza al lado de la piscina, una mesa y una silla, el bolígrafo, los folios y todo lo demás: cenicero y tabaco, una copita de vino, etc. Cuando me senté a escribir, me di cuenta de algo: no sé por dónde empezar. “Historias sí tengo, pensé, pero ¿cómo contarlas?”. Me levanté decepcionada y me dije: - si no es posible escribir algo en estas circunstancias es que nunca podré escribir nada.

Afortunadamente, gracias a la superprofe que el azar ha querido poner en nuestro destino, y a las ganas de aprender o de demostrar, según el caso, este curso ha sido para mí “memorable” y me pienso apuntar al que viene aunque no tenga plaza. He decidido adjudicarme el rol de “infiltrado”.

Gracias a todas y todos. Espero que nos reencontremos en el futuro. Salud.

María de las Mercedes Martín Duarte

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