sábado, 7 de julio de 2012

La clase

El escritor llegó a casa. Su mujer está sentada en el sofá con los pies sobre un taburete que tenía colocado ante ella viendo las noticias o alguna película en la televisión, no tienen mesa delante del sofá, solamente dos escabeles en los que colocan los pies para estar más cómodos. Se dieron un beso y enseguida ella le preguntó por la clase, esa clase de creación literaria a la que él iba desde hacía cinco años. Son clases a las que asiste para conocer los secretos del relato corto, algo que parece muy sencillo pero que entraña cierta dificultad.

―Instructivas, como siempre ―contestó el escritor―. Siempre saco algo provechoso de ellas e intento plasmarlo en mis escritos.
―¿Cómo considerarías que han sido estos cinco meses que has asistido a este curso?
―Gratificante, altamente gratificante.
―Me alegro de que sean gratificantes, pero… ¿qué diferencia encuentras con los de años anteriores?
―Lo primordial es que esta chiquilla, porque para mi es una chiquilla, todos los días dedica al menos una hora a darnos nociones, esquemas y ejemplos de forma de escribir.
 ―¿Y antes no te ocurría esto?
―No, categóricamente, no.
―¿Y que más novedades tenéis?
―También nos lleva a escritores, unos son amenos y sencillos, otros son unos perfectos creídos.
―Pero… ¿te aporta algo?
―Sí, por lo menos el contacto con alguien que también ha creado o crea fantasías, conocerlos, ver su forma de pensar  e intimar un poco con ellos.
―Entonces, ¿estás contento con esta clase?
―Mucho.
―¿Más que los tres años anteriores?
―¡Qué duda cabe! Ya sabes que, a raíz de ser publicado un libro del que era autora la profesora, quedé un poco relegado.
―Sí, fue porque le hiciste unas críticas, ¿no?
―Exactamente no fueron críticas. Solo ví que desconocía, o al menos el libro no lo materializaba, el empleo de los guiones y se lo hice notar, indicándola como debían estar reflejados en el libro, las técnicas del guión largo las conozco bastante mejor que ella ―dije levantando la mirada hacia la tele, para proseguir acto seguido―, será porque he leído más. Solo le indiqué que para una segunda edición hiciese estas correcciones y que no entendía como la misma editorial había caído en esos errores tan claros.
―¿Y en qué consistían exactamente?
―Creo que ya te lo dije, además los tengo subrayados en el libro: empieza los diálogos con un guión corto, cuando debe de ser largo. Unas veces ponía guión cuando indicaba una acción de alguien y otras no, y cuando lo hacía también ponía el corto; por otra parte, otras veces las conversaciones carecían de guión y así la remití creo que fueron nueve páginas en la que le indicaba todas estas anomalías, marcando en rojo los errores y en verde como debería ser.
―¿Y desde que recibió tu correo es cuando te viste relegado a un segundo término?
―Exacto.
―No te quise decir nada para que no le enviases ese correo… ya sabes que hay personas que no admiten una crítica.
―Sí, ¡cómo no lo voy a saber! Solamente la gente mediocre, dentro de los escritores, no admite una crítica.
―Y volviendo a la clase: ¿Qué es lo que menos te gusta de ella?
―Lo que me disgusta es que la profe, que siempre hace correcciones de las cosas que escribimos, no nos entregue los borradores para así podernos fijar y corregir los errores que cometemos.
―Díselo.
―Creo que ya lo he hecho, pero se lo repetiré.

Estuvieron un momento callados pendientes de lo que decía la tele y dando por terminado el tema, el escritor se levantó, se sentó delante del ordenador y comenzó a teclear: “El escritor llegó a casa…”
Por Jesús Llamas

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