domingo, 8 de julio de 2012

El talento en el taller

Soy un tipo cualquiera, del montón, y a la vez único; capaz de mimetizarme en el noventa por ciento de los hombres del país y pasar tan desapercibido por la calle. A diario, cuando tengo hambre, entre las nueve y diez de la noche, devoró palabras. Luego, tras el pescado y la verdura, un reposo y un repaso mental a lo que hay en la memoria de mi ordenador.

Al día siguiente, vuelvo al mismo papel virtual y repaso de forma mecánica el mundo de palabras creado. Sé que para la creación definitiva cuento con seis días; luego, al día siguiente, descansaré. Durante los días de invención, cambio, borro, añado, recorto letras y significados, muevo las palabras y doy la vuelta a las frases. Procuro dejar sin explicar algo que va más allá de la superficie de la hoja, tratando de recrear el misterio.

De miércoles a lunes me siento como Dios en mi rincón de escritura; descanso el martes. En el taller de creación me siento como un Dios menor: declamo mi obra, atendiendo a los Mandamientos del Cuento enseñados por nuestra maestra, que corrige cuarenta de los cien errores, y los otros cuarenta nudos los desatan mis amados compañeros de estudio, que se encargan de acoplar los significados ocultos, y me quedo satisfecho con mi veinte por ciento de errores, porque nada ni nadie es perfecto.

Abandono cada tarde el paraíso de la literatura con la tarea impuesta de crear un nuevo mundo de palabras en seis días.
Tomás Alegre Maicas

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