sábado, 5 de mayo de 2012

Fantasía vital

Se me quedó grabada aquella serie televisiva desde la infancia. A lo largo de mi vida no dejé de recordarla ni un sólo día. Sin embargo, la desgraciada realidad convertía mi sueño en algo del todo inalcanzable.

El día en que mi hija cumplió cinco años quedó toda mi vivienda patas arriba. Las paredes manchadas de tarta de chocolate, los juguetes desparramados por las habitaciones, los armarios desordenados pues los/las niños/as habían estado jugando al escondite dentro de ellos. La cristalería agotada en su uso, las copas de vino primero, y luego los cubatas de los padres y madres que se quedaron hasta las tres de la mañana. Tuve que echarlos delicadamente, ya que ellos, peor que los infantes, no veían el fin de la fiesta. Alguno de los enanos y enanas se quedaron a dormir, habían caído derrotados/as. Era un auténtico caos. Sólo pensar lo que tendría que hacer a la mañana siguiente me desbordaba.

Al amanecer ¡me encontré toda la casa recogida!. Las copas y la vajilla impolutas, las paredes blancas como nácar, el parquet reluciente, los espejos tan límpidos que parecían permitir pasar al otro lado.

No salía de mi asombro pero tampoco quería investigar por miedo a desvanecer el hechizo.
Acostumbro a dormir como un ceporro pero, una noche de insomnio, oí extraños ruidos. Muy lentamente, salí de mi habitación y quedé gratamente sorprendida: mi perrita, que tantos disgustos me había dado, era la que, para redimir sus continuos excesos, se dedicaba a escondidas a cumplir con las tareas domésticas.

Desde entonces mi vida ha cambiado. Me he convertido en una auténtica anfitriona y mi casa siempre tiene las puertas abiertas para quien quiera compartir la velada. Cada noche me acuesto sin preocuparme. Al día siguiente encuentro todo perfectamente ordenado y limpio. La fantasía se ha cumplido. Ni siquiera necesito mover la nariz y decir las palabras mágicas.

María de las Mercedes Martín Duarte

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