viernes, 29 de junio de 2012

Un cuento en el bosque


- Hola, abuelo, ¿has venido a contarme el cuento de la semana?
- Claro, nieto, el cuento de Juan Sarmiento, que fue …
- ¡Abuelo!, ese no hombre, uno nuevo.
- Déjame pensar, uh, a ver éste...

Érase una vez que se era, dos hermanos que caminaban por el bosque. Se llamaban Pablo y Paulina. Como eran muy pobres, muy pobres, y sus padres apenas tenían para darles de comer, les enviaban todas las tardes, después de la escuela, a recorrer el bosque para que recogieran leña con que calentarse y frutos secos para comer.

Aquel año fue especialmente duro, la nieve había caído durante todo el otoño,  por lo que la mayoría de los animales que allí habitaban ya habían agotado sus reservas y se encontraban tan hambrientos  como la familia de los dos hermanos.

Tan aburridos estaban de hacer siempre lo mismo, que ese día, veinte de noviembre, se olvidaron de recoger la leña y los frutos de manera porque se pusieron a jugar al escondite, a brincar por entre las rocas y a ocultarse detrás de los arboles.
Cuando empezó a anochecer, los niños se dieron cuenta de que se habían alejado más de lo acostumbrado y que por haberse entretenido no les daría tiempo a llegar a la casa antes de que arreciara la noche.

- Paulina –dijo Pablo- tenemos que buscar un lugar para pasar la noche
- Me da miedo, Pablo, por qué no nos marchamos para casa a ver si llegamos –respondió su hermana.

Iniciaron entonces la vuelta, pero al llegar a una claro del bosque se encontraron a un señor, con barba blanca, que le estaba hablando a las piedras. Cuando les vio se dirigió hacia ellos y les dijo:

- Hola, niños, qué hacéis tan solos en mitad del bosque, ¿acaso os habéis perdido? Si queréis os puedo ayudar, porque sé lo que hay que hacer en estos casos. Tengo mucha experiencia en salir de situaciones muy complicadas y mucho sentido común.
- Perdone, señor, pero nuestros padres nos han dicho que no debemos hablar con extraños.
- Un sabio consejo, querida niña -dijo el hombre y continuó-, pero cuando la situación es desesperada, hay que tomar medidas desesperadas.
- Venga ya, abuelo Felipe, termina que me estoy haciendo pis.
- Aguanta un poco...

Paulina, que era mucho más espabilada que su hermano, le dijo entonces:

- Señor, ¿nos promete que nos llevará a nuestra casa antes de la noche y que no nos hará daño?
- Faltaría más dulce, señorita, respondió el hombre de pelo negro y gafas cuadradas.

Entonces, después de mirar a su hermano, que le hizo un gesto con la mirada, le respondió:

- ¿Y cómo sabe usted dónde vivimos?
- Yo lo sé todo, soy Mariano y mirad, tengo una bolsa de golosinas que no podéis rechazar.

Pasados unos segundos, después de morderse el labio, Paulina le contestó:

- Lo siento, señor Mariano, no podemos ir con usted. Nos ha dicho nuestro padre que no hagamos como los mayores, que se van con cualquiera que le ofrece unos chuches.

Y dicho esto, los hermanos se cogieron de la mano y dejaron allí al hombre con la boca abierta.

Y colorín, colorado, este cuento se ha acabado.

Por Luis Castilla

No hay comentarios:

Publicar un comentario